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Mali

Autonomía para decidir y libertad para amar. Por qué la ministra de la mujer es lo peor que le puede pasar a las mujeres

De una educadora feminista conocedora de todas las luchas de las mujeres y comprometida con estas, hábil negociadora y portavoz de un partido político, a una evangélica conservadora que coloca en primer lugar sus creencias religiosas, sin mayores luces y pobre en conceptualizaciones, existe un abismo impresionante. Un abismo que casi todos hemos visto, menos los que ostentan el poder.

Es necesario preguntarse en qué estaba pensando Ollanta Humala al decidir cambiar a Aída García Naranjo por Ana Jara, o en qué no pensó. Obviamente que en lo primero en lo que no pensó fue en las mujeres, y en el importante papel que cumple el Ministerio de la Mujer como ente rector de las políticas públicas que deben generar cambios sustanciales en las vidas de muchas mujeres en situación de vulneración, desamparo y precariedad.

No pensó en el Estado laico, esa bonita utopía de un país llamado Perú, que tiene una marca de bandera, pero en donde esa bandera no cubre a todas, no protege a todas y no incluye a todas. Un Estado laico de fantasía en el que confiamos cada vez que alguien se acerca con una Biblia diciéndonos que ahí está la única verdad, cuando lo que a nosotras nos afecta no es la verdad sino la realidad: 350 mil abortos anuales (registrados en el 2001, al 2010 la cifra debe ser impresionante), 2000 violaciones sexuales anuales, 200 feminicidios anuales, 120 muertes por abortos mal realizados y problemas con el embarazo al año, ni una política pública en donde las lesbianas estén incluidas con nombre propio. La realidad nos golpea a diario y nos muestra su rostro más feo a las mujeres pobres, a las lesbianas, a todas las que no tenemos educación superior, a todas las que no accedemos a un trabajo bien remunerado, a todas las que trabajamos, estudiamos y tenemos hijos, a todas las que vivimos situaciones de violencia imposibles de narrar.

La brecha es enorme y en algún momento empezamos a soñar y a celebrar, y ni siquiera la copa estaba totalmente vacía cuando estos sueños empezaron a quebrarse. Y otra vez se repite la misma historia de traición y deslealtad. De pragmatismos sin compromisos. De autoritarismo e ignorancia. De desdén hacia la otra mujer, de desprecio hacia nuestras vidas y nuestras posibilidades de mejorar las circunstancias en las que estas se desenvuelven.

De una mujer que privilegia a su Dios antes que a su vida no se puede esperar más que la muerte. Por un lado, el asesinato de la esperanza de muchas mujeres de por fin contar con posibilidades de vivir una vida habitable dentro de los marcos estatales, precarios sin duda, pero necesarios, porque es ahí en donde se definen las políticas con o sin equidad de género. Por otro lado, el aumento de la precariedad de nuestras vidas que nos hacen más pasibles de experimentar situaciones de violencia que nos llevarán a la muerte.

Y es necesario referirse a las más perjudicadas en estos avatares ministeriales, y que no se nombran ni serán nombradas: las lesbianas. Porque la ministra abrió la boca y dejó salir el evangelio inflamado para ocuparse de temas de otro sector, en donde todas sabemos que no se moverá ni un dedo por las mujeres ya que el ministro de salud es otro monigote de las fuerzas oscuras, y en donde, al fin y al cabo, la ministra no tiene nada más que hacer que darnos lecciones de ignorancia supina. Pero es en su propio ministerio en donde sí puede darnos muestras factibles del mal que representan todas las religiones para las mujeres, porque aquí no abrirá la boca, simplemente nos sacará al destajo, como históricamente a sucedido, esta es una mas de la larga historia de exclusiones hacia las lesbianas.

Un simple ejemplo de ello es la Ley de Igualdad de Oportunidades para Mujeres y Hombres promulgada el 2007 en el gobierno de García. Esta ley fue luchada en forma constante por las organizaciones feministas y por las mujeres de base, y estaban incluidos todos los factores de discriminación que son vividos por las mujeres. Cuando llega al Congreso para su aprobación se genera una serie de discusiones que ponían en peligro la ley si no se sacaba el término que despierta los temores más ocultos “orientación sexual”, lo que finalmente sucedió, y las lesbianas desaparecimos de la realidad y nos volvimos a ubicar en la invisibilidad, espacio desde el cual luchamos diariamente.

En este gobierno, el Plan Nacional de Igualdad de Género, promovida por la ex ministra, fue para todas el inicio de importantes transformaciones en la forma en que había sido manejado el Mimdes desde los lejanos tiempos de Fujimori. Un proceso abierto, democrático e inclusivo permitió conocer la problemática y las demandas de la diversidad de mujeres del Perú. Estábamos todas, las que siempre están: mujeres afroperuanas, mujeres con discapacidad, mujeres indígenas, mujeres de barrios populares, niñas, adolescentes y adultas mayores; y las que nunca estuvimos: mujeres lesbianas, mujeres trans, mujeres en cárceles, etc.

Todas las mujeres que siempre han sido incluidas en planes y programas, pero además, y por fin, las lesbianas, las trans y las mujeres en situación de carcelería. Era un gran paso era un enorme e impresionante paso. Y pronto solo seremos un gran peso. Solo que con menos bulla. ¿Alguien podría tener la idea loca de sacar del plan a las mujeres afroperuanas o indígenas? ¿Alguien, por más loca que estuviera, podría sacar a las mujeres con discapacidad? ¿Alguien podría dejar de lado a las niñas, adolescentes y adultas mayores heterosexuales? Claro que no, eso es imposible, nadie, ni en la más extraña de sus creencias, lo haría. Pero sí es posible, porque la realidad lo ha demostrado demasiadas veces, que las lesbianas seamos las primeras en desaparecer del plan, junto con las mujeres trans. Porque no somos correctas, porque no estamos bien, porque somos un error, porque no somos obra de la gracia de Dios.

Es por eso también que nuestra bulla es necesaria. Que no me vengan a decir a mí que no es el espacio ni es el momento. Como lesbiana sé muy bien que si no hago ruido, si no grito, si no demando, si no me visibilizo, desaparezco. Es fácil decir que no es el espacio ni es el momento cuando nunca has sido excluida, por lo menos literalmente, de las políticas públicas; no es fácil cuando sabes que la historia se repetirá y que los primeros cuerpos que no le importarán a nadie son nuestros cuerpos, los cuerpos transgresores y que no se subordinan a la heteronormatividad.

Tengamos en cuenta siempre esas dos frases que se enarbolan cuando sabemos que se van a violar nuestros derechos, que se están violando nuestros derechos, que se seguirán violando nuestros derechos: “Mi cuerpo es mío, ni del Estado ni de la Iglesia” y “La voz de las lesbianas no se calla ni se vende”. Y actuemos en coherencia.

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