Hace algún tiempo mi hija me preguntó por qué era lesbiana. Ya
habíamos conversado sobre este tema, primero cuando me separé de su
papá, y luego cuando empecé a aparecer en televisión y periódicos, pero
supongo que es una conversación que no se puede cerrar definitivamente, y
que es un tema que a ella le sigue intrigando por el bombardeo de
información heterosexual que recibe a diario, porque no son los
referentes habituales que ve en las madres de sus compañeras de clases y
porque soy una lesbiana “pública”.
Luego de explicarle por qué era lesbiana (lo menos científicamente
posible), le pregunté por qué me hacía esa pregunta, y me dijo que
porque quizás ella pueda ser lesbiana cuando sea grande. O no. Y también
quería saberlo para poder explicarle a sus amigas porque ellas también
me vieron y le preguntaron. Ella les respondió que sí, su mamá es
lesbiana, y todas gritaron: yeeee. Y ahí acabó el tema, pero quizás en
el futuro podrían volver a preguntarle y la respuesta podría no ser tan
agradable como fue ahora, y podrían burlarse de ella, molestarla,
acosarla y hacer de su vida un infierno por tener una madre lesbiana o
quizás por ser ella misma lesbiana. Y entonces debe estar preparada para
cuando tenga que enfrentar una situación así, preparación que yo no
tuve y que mis padres nunca me dieron.
Yo sé que las y los niños pueden ser muy crueles, generalmente por la
cantidad de mala información que reciben de sus padres, y es en esos
ambientes familiares de donde salen los futuros homofóbicos; pero
también valoro mucho la capacidad que tienen ellas y ellos de entender
de forma más abierta y menos prejuiciosa temas que para muchos adultos
resultan incomprensibles, asquerosos o indecentes, y de los cuales nunca
hablarían con sus hijas e hijos.
Cuando una niña o niño es víctima de racismo, en el fondo sabe que su
familia lo va a apoyar, lo va a proteger y lo va a consolar, sabe que
su hogar es un refugio contra el estigma y que puede confiar en sus
padres. Cuando una niña o niño discapacitado ve su vida obstaculizada
por la inoperancia y la desidia de la sociedad sabe que sus padres
estarán con ellos luchando porque su vida sea vivible y que ellos
estarán comprometidos toda la vida por hacer que su existencia sea la
mejor posible.
Cuando una niña lesbiana, un niño gay, una niña o niño trans es
víctima de la lesbofobia, homofobia o transfobia sabe, muchas veces, que
de ese tema no podrá hablar con su padres, que tendrá que vivir su
pesar en soledad, que es posible que en lugar de comprenderlo lo
juzguen, lo humillen y lo hagan sentir peor de lo que ya se siente. Una
niña lesbiana, un niño gay, una niña o niño trans sabe que es posible
que lo lleven al psicólogo para curarlo, que es probable que lo expulsen
del colegio, que su vida será restringida y limitada. Que nada será lo
mismo.
Yo nunca hubiera podido ser capaz de hablar con mis padres de mi
lesbianismo. Lo viví ocultándolo y tratando de llevar una vida lo más
“normal” posible, y viví así por muchos años, tratando de hacer felices a
otros mientras yo era infeliz, por eso, que mi hija, ahora, a sus 7
años, que es justo la edad en la que yo me di cuenta de que me gustaban
las mujeres, pueda hablar de ese tema conmigo sin miedo, sin vergüenza y
sin prejuicios me hace sentir realmente muy bien. Significa que ella no
va a vivir todas las presiones y los sinsabores que yo viví (o no los
va a vivir de la misma forma), y significa que ella podrá ser un poco
más feliz cuando realmente esté segura de su orientación sexual, sea la
que sea.
Sé también que muchas niñas, al igual que yo, no podrán hacerlo, sé
que callarán, que se ocultarán, que lo negarán, que llorarán a solas en
sus cuartos por la imposibilidad de ser felices tal como son, que se
verán forzadas por la sociedad a vivir vidas que no quieren vivir, que
no desean vivir, que no deben vivir. Sé que atravesarán por momentos de
dolor y violencia por el hecho de ser niñas lesbianas. Sé que esas niñas
luego se harán mujeres y esas mujeres posiblemente tendrán miedo toda
la vida de que las descubran, y tendrán problemas psicológicos que
empobrecerán su calidad de vida y las hará más vulnerables a todo tipo
de acosos, chantajes y sometimientos.
A todas esas niñas que no pueden hablar y que no pueden ser felices
les diría que no le tengan miedo a sus deseos, que no le teman a la
palabra “lesbiana”, que se sientan orgullosas de lo que son, que quizás
ahora no encontrarán comprensión ni consuelo, pero que hay muchas más
como nosotras dispuestas a ayudarlas, a escucharlas, a darles soporte
emocional, a no permitir que hagan con su vida lo que no quieren hacer.
Que siempre habrá alguien como nosotras que podrá entenderla, escucharla
y hacerle compañía. Que no desespere, que la vida es hermosa cuando se
hace lo que el corazón manda. Y lo más importante, que vale tanto como
cualquiera, que no se sienta menos ni inferior ni anormal ni enferma. No
lo está, no lo es. Es una niña lesbiana como tantas otras que merece
ser feliz tal como es.
Como lesbiana feminista y activista por los derechos humanos de
todos, pero sobre todo de las mujeres, y en particular, de las
lesbianas, mantengo una lucha constante contra todas las inequidades que
nos afectan. Como lesbiana quiero un mundo en donde no tenga que
esconderme ni morir por amar a otra mujer. Como mujer que ha abortado
quiero un mundo en donde más mujeres puedan decidir sobre sí mismas y
sobre sus cuerpos sin injerencias ni imposiciones de ninguna clase. Como
madre solo quiero que mi hija sea feliz si es lesbiana, si decide
abortar o si desea ser madre. Y que nadie nunca pueda ejercer ningún
poder sobre ella, sobre su vida, sobre sus decisiones, sobre su cuerpo,
sobre sus deseos o sobre su futuro.
Verónica Ferrari
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